Esto es lo que me ha recordado algo que me ha pasado hoy y que parece que hasta entra en la normalidad de algunos empresarios.
Recojo a un amigo con el que he de reunirme y decidimos “hacer la picaeta” mientras hablamos. Decidimos que el bar “asdfgf” el ideal. Terracita para el calor que ya hace en Valencia, calle tranquila, cerveza fresca.
Es uno de esos establecimientos que pides, pagas, te dan un aparato que vibra para llamarte y luego ya recoges el pedido y te sientas.
Y eso hago. Pido lo que nos apetece, pago y me dice la cajera lo siguiente:

“Si le gusta el futbol, puede entrar en el sorteo de una camiseta de Parejo, jugador del Valencia, poniendo su nombre y teléfono en el dorso de la factura y metiéndola en esa urna de ahí”.

Ah, vale. ¿Y qué hacéis con los datos después? ¿Llamáis al ganador y rompéis las facturas?, pregunto. No, que va. Se guardan para enviar por WhatsApp ofertas para que repitáis, me contesta la sonriente cajera.
Oye, que bien. Que técnica más chula de marketing. ¿Pero dónde está la información para que yo pueda consentir que tengáis mis datos en un fichero para enviarme ofertas? ¿Y cómo puedo ejercer los derechos ARCO?.
Y la contestación es todavía más chula y encima apoyada por esa sonrisa hipnótica.
Es que realmente lo que almacenamos, su nombre y su teléfono, no son datos personales (nyas, coca) y si solo se usan para enviar mensajes comerciales no es necesario eso de los derechos ARCO. Nos lo ha dicho nuestro asesor en protección de datos.
¿Y sabéis lo chocante? La urna estaba hasta los topes de facturas con datos personales al dorso. Debe ser por la sonrisa cautivadora de la camarera que ofrece un caramelito en forma de sorteo de una camiseta del Valencia C. F.
En fin. si su asesor en protección de datos se lo ha dicho, no soy nadie para rebatir tan altos conocimientos. Y, además, tenía hambre.

Pero mi factura se vino conmigo.